Todos conocéis el cuento de caperucita roja y el lobo y como rescataron a la abuelita de la barriga del lobo, ya os lo hemos contado, pero ¿Sabéis que paso en los días posteriores, que digo días, años posteriores? Pues , Estrella Montenegro nos cuenta este cuento largo para dormir: No te comas a mi abuelita. ¿No te interesa saber como acaba esta historia?
Cuento largo para dormir: No te comas a mi abuelita
La cosa es que el lobo, se tiró una temporada muy grande sin querer comer a ninguna abuelita, y tampoco claro está a ningún niño, pero le costaba muchísimo contenerse. Y cada vez que caperucita se cruzaba con él, se saludaban y caminaban juntos incluso hasta casa de la abuelita.
Caperucita siempre le decía… “te dejo acompañarme, y te doy incluso algunas madalenas pero… no te comas más a mi abuelita” entonces el lobo asentía con la cabeza y le acompañaba para que no fuese sola.
Pero ¡claro!… cada vez que leían o contaban el cuento de Caperucita, el lobo tenía que hacer bien su papel de lobo malo, y por lo tanto se tenía que comer a la abuelita.
Y un día tras haberse comido tantísimas veces a la abuelita, tantísimas… tantísimas le entró una indigestión tan mala, tan mala, que entre el dolor de tripa y la rabia que le entró, se comió también a Caperucita.
Cuando Caperucita se encontró con su abuela en la tripa, le dio un beso y le dijo…
-¡Abuela! ¿Otra vez aquí?
– ¡Ya ves hijita! No puedo ni descansar un día tranquila, cada vez que leen el cuento el lobo viene y come, estoy cansada de tener que volver a la peluquería a diario para arreglarme el pelo, porque con el pasar de los años al lobo le soy indigesta, y le entran unos gases tan airosos que me dejan los pelos como si me hubiera puesto a bailar en medio de un huracán.
-¡Caray abuela! Eso no lo sabía
-Pues así es… además el pobre lobo para no intoxicarme mucho, ni tan siquiera se toma un antiácido, y le escucho quejarse como si se fuese a morir ahí mismo
-¡Ay… pobre también! Y… ¿Cuánto tiempo tardarán en venir a rescatarnos?
-Pues… no sé, el leñador se está haciendo también mayor, y sus reflejos ya no son lo que eran antes, aunque gracias a los gases del señor lobo, y aunque el leñador ha perdido bastante su oído, con la vejez ha recuperado el olfato, y en cuanto comience la indigestión y comience a airearse, le llegaran los olores y vendrá corriendo, eso sí… te recomiendo que te ates bien la capa a la cabeza, que en uno de esos salimos despedidas a propulsión.
Nada más decir esto, la tripa del lobo comenzó a rugir y a rugir, mientras el lobo daba unos alaridos enormes.
-¡Ay…. Ay! Yo no quiero comer más abuelitas, me sientan mal, y si encima me como también a Caperucita ya ni lo cuento, esto no puede seguir así, tienen que cambiar el cuento, o acabaran por volverme inapetente, o lo que es peor… vegetariano solidario ¡ay… ay!
El estómago del lobo comenzó a inflarse, y a inflarse cada vez más y más, y lo que no se ve porque no estamos dentro del estómago del lobo, pues eso precisamente era del todo increíble. Una gran tormenta de aire comenzó a formarse en la tripa del lobo, la abuelita y Caperucita se abrazaban muy fuerte para no dar vueltas como una hoja seca dentro de un vendaval en otoño.
-¡Jolín Abuela! Este es un viento peor que el de una ventisca
-¡Ya te lo dije! Tu agárrate muy fuerte a mí hasta que vengan a rescatarnos, o saldremos ya no despeinadas si no con un mareo de marca mayor
Mientras el lobo se quejaba y la abuelita y caperucita se abrazaban para no dar muchas vueltas, el leñador llegó a casa de la abuelita, y viendo lo enfermo que estaba el lobo, fue a buscar al veterinario; este vino todo lo deprisa que pudo para asistirle.
-Señor… Lobo ¿Cómo se encuentra?
-¡Ay… ay….! Muy mal
-¿Pero cómo se ha comido a la abuelita otra vez?
-Yo no tenía ni ganas, pero alguien se ha puesto a leer el cuento y yo he tenido que hacer mi trabajo
-¡Pero hombre…! Digo… ¡lobo! Usted ya no está para darse estos atracones continuadamente
-Pues la verdad es que no, y lo peor no es eso…
-¿Qué es?
-Que me he comido a Caperucita también
-¡Qué horror! Lo suyo ya es glotonería
-Es que olía a mazapán recién hecho, no pude contenerme, créame doctor no… pude ¡ay… ay!
-Está bien, voy a operarle, voy a sacarle a la abuelita y a Caperucita, pero luego voy a hacerle un informe donde pondré que está incapacitado para comerse más abuelitas
-Y… ¿con eso ya no tendré que comérmela más?
-Bueno no solo eso, también tiene que ir a terapia para quitarse este vicio, debe corregir estos malos hábitos alimenticios, uno debe comer variado, algo de pescado, frutas, verduras… pero no abuelitas todos los días, y mucho menos varias veces
-Lo sé doctor, lo sé, haga entonces lo que ha de hacer
Así fue como el veterinario sacó a la abuelita y a Caperucita. Ambas estaban muy enfadadas con el lobo, aunque el doctor les explicó que él no tenía la culpa de lo que había escrito en el cuento, y que iba a ponerle en tratamiento para rectificar sus malos hábitos alimenticios adquiridos con el trascurso del tiempo, le pidió que tuvieran paciencia con él, y que le ayudasen con su nueva dieta, y no precisamente para que se las comiese de nuevo, si no para que comiese más fruta, más pescado y más verduras.
Con mucha ayuda por parte de la abuelita y de Caperucita, el lobo corrigió por completo su dieta y ya no tuvo más indigestiones, y cuando leían el cuento ya no le entraban ganas de comerse a la abuelita y hacia como hacen los actores, ya sabéis hacía que hacia pero sin hacer, todo esto para no estropear el cuento original, pero sobre todo porque ya no se lleva eso de irse comiendo a las abuelitas de nadie, y que las indigestiones están muy mal vistas si estas están son provocadas por la glotonería.
Y colorín colorado ya sabéis a comer más pescado.
FIN
Estrella Montenegro. Cuento largo para dormir: No te comas a mi abuelita
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Licenciado en Ciencias Biológicas con más de 30 años de experiencia en educación como docente en el Centro de formación ACN y creador de Blogs educativos: educapeques.com, educayaprende.com, escuelaenlanube.com, docenciaparalaformacionenelempleo.es. Actualmente imparto cursos de formación profesional en la Academia de Valdepeñas